miércoles, 22 de agosto de 2007




La pasión de la Coleccionadora.

El lugar era dentro de un famoso parque en Madrid, ella no recuerda el nombre, como tantas cosas olvidadas en el espectro fugaz de días que fueron engullidos por la abulia de no pertenecer a nada de lo que ese país lejano mostraba.
Ella cruzó el lago y llegó hasta las columnas estilo Romano, observo la estatua del héroe al cual estaba dedicado el lugar, miró al sol sobre el agua hacer destellos sobre los pilares de piedra caliza y toda la gente pululando entre los árboles y flores. Se quedó sentada en los escalones, aspirando el aroma mezclado de la naturaleza con los sudores de los hombres.
Fue viendo uno a uno, todos los que pasaban sin mirarle si quiera, sin notar que sus ojos danzaban en búsqueda de una experiencia notoria. Él se detuvo un instante cerca, sacó la bolsa de granos para alimentar a las aves del lago y luego caminó con un paso lento hacia la orilla. Ella vio el movimiento en su cabello, las manos largas ondulando para aventar el alimento a los animales, vio las gafas de sol color verde botella sobre una nariz aguileña. Todo el parecía un pájaro, un alto y flaco pájaro que caminaba como si hubiera olvidado que volar era la mejor opción. Se levantó y comenzo a seguirle de lejos, observando siempre a distancia los pensamientos de ese hombre con gesto reflexivo pero aún no le había visto la boca, las mejillas, los labios, tenía que saber que había en él la profundidad necesaria antes de realizar la invitación. Sacó un cigarro y el humo comenzó a provocar una estela a su paso, una especie de venda que podía ocultar mas el seguimiento y la caza que ella había decidido imponerle.



Dos días después sabía que su nombre era Antonio y que era italiano, venía de la ciudad de Turín y estaba en la universidad de Ciencias Humanas, cerca de donde la coleccionadora pasaba la mayoría de los días, estudiando sus aproximas estrategias para convertir en camaleones a sus hermosas victimas humanas. Al cuarto día observo sobre una de las mamparas de la universidad la foto del hombre, con una leyenda que decía: “El Dr. Antonio Simone dará una conferencia sobre la experiencia poética en Hölderin” acompañado del Crítico de Arte Dionisio Figueroa, el interprete de códigos Valdivia y el Dr. en semiótica contemporánea Roland Andoni.
La conferencia era precisamente en el atrio de la Facultad de Filosofía, en la Universidad Complutense y ella estaría ahí para descubrir la mente de Antonio, estaría ahí mirándole con sus ojos humanos impelidos por la fuerza del deseo. El día era lluvioso, cosa común de un enero madrileño. La bruma también había aparecido poco antes del amanecer. Ella manejaba por la rampla cuando notó que Antonio salía de un edificio, una especie de bódega donde los artistas del momento se juntaban a pasar la noche. Iba aún despeinado y con la ropa arrugada, no tuvo que caminar mucho para llegar a la esquina y subir en su pequeño coche, en la compacta bota azul que comenzó a manejar con prisa, como si ya fuera un poco tarde.
La conferencia estaba fijada para las 12 del día y apenas eran las 5 de la mañana, cuando la bota azul se detuvo frente a un complejo de 6 pisos, estilo funcional, a dos cuadras de la puerta de Alcalá.



La coleccionadora iba manejando su pequeño voatur rojo con la distancia suficiente para que la bota azul no sospechara el asecho. Se detuvo una cuadra atrás y bajó para caminar de prisa, alcanzando la entrada vio que el elevador subió hasta llegar al piso quinto, notó incluso por la ventana frontal que él se detenía sobre la quinta puerta, entró tomó el ascensor y oprimió el botón para llegar al mismo nivel, se acercó a cada una de las puertas tratando de escuchar movimientos, no se había equivocado, en la 515 se escuchaba a lo lejos un piano donde se desgarraba una pieza virtuosa de acid Jazz, algo que parecía ser apto para las mañanas donde uno tenía que sacarse de encima la noche anterior, el cigarro, la locura de una desconocida, el arrepentimiento de no haber usado preservativo. Casi podía ver a Antonio secándose la espalda con cuidado, notando los arañazos y maldiciendo su suerte y pasión por las pequeñas Lolitas que resultaban ser gatas en celo.



Navokob lo había dicho muy bien: "Entre los límites temporales de los nueve y catorce años surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino de ninfas (o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.” Y Antonio siempre se había sentido atraído hacia sus primas de 13 años, en especial las que vivían cerca del Mediterráneo, con quienes pasaba veranos enteros en las Canarias, lo cual suponía visiones de sus delgados y frágiles cuerpos en bañadores pequeños, inocentemente infantiles y escurridizos como sus portadoras. Él soñaba con esos recuerdos, con ese mar inconcebible de sensaciones que rogaba recuperar en cada nocturna salida a los avatares de adultos aún adolescentes.



Entre esas primas había una especial, una niña de 14 años que le recordaba a blancanieves, pues a pesar de asolearse esos meses de calor contagioso, ella permanecía impoluta y blanca, mientras que las hermanas adquirían un color dorado, casi tornasol.
Precisamente era su incapacidad para reflejar nada, su poca aptitud para las actividades al aire libre, su languidez, lo que disparaba la mente juvenil de Antonio, pues a sus 23 años soñaba con poseer una muñeca que se dejara hacer cualquier cosa, que permaneciera inmóvil y gimiente mientras él la conducía en silencio ante el abismo del placer. Alguien que en su inocencia capturara todo el erotismo de esas niñas que tienen mirada de bruja, niñas que son intensamente concentradas en abstracciones pueriles y al mismo tiempo perversas en su perfección.



¿Pero qué tenía que ver eso con Hölderin? ¿Qué demonios iba a hacer en la conferencia? No recordaba ni cómo diablos había surgido ese libro, ni menos por qué habían invitado a todas esas estrellas literarias del momento y para variar todos hombres, todos viejos o jóvenes engreídos por creer que conocen toda la cultura literaria de los siglo... Iba a morirse de sueños mientras ellos fingían entender lo que él había escrito, algo que ni siquiera él tenía claro, algo que había surgido del tedio de un encargo, de la necesidad del dinero, no de esa supuesta experiencia poética inaugurada por Hölderin, pues de hecho no sabía hasta que punto toda su poesía le parecía algo vacua emocionalmente.


En cambio, la Lolita de la noche anterior habria sido una bella imagen, con sus bellos labios de princesa virgen recitando poemas sagrados, con sus piernas abiertas, con su liguero violeta marcando las líneas de sus piernas y Antonio en medio de esos contornos, jalándola mientras su lengua hacia que la poesía interna de la Lolita número 33 fuera aún más sentida y vibrante.

Pero Hölderin no podría ser comprensivo con ninguna de esas pequeñas nínfulas pues él aparecía frío ante esas experiencias iniciaticas, ¿por qué el metafísico y panteístico alemán? Cualquier otro alemán, cualquier otro un poco más terreno hubiera sido perfecto para esa mañana de resaca transversal.



“Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...un beso muy pequeño como una araña suavecorrerá por tu cuello...Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara-y tardaremos mucho en hallar esa araña,por demás indiscreta”.



¿De dónde viene esa voz susurrante?, Antonio cree haberla escuchado detrás de la puerta, se acerca y mira por el ojillo, nadie… abre la puerta y sobre el piso observa la caja color negro con las letras plateadas en el exterior. “L.C.C.” En el interior esta un libro de Rimbaud, con una dedicatoria escrita en papel reciclado, en papel con olor a sándalo y estoraque, el papel es quebradizo y rugoso, esta hecho de grietas que se unen entre algodones con pétalos de flores muertas. Ahí la caligrafía en tinta rojiza repite lo que la voz dijo detrás de la puerta, ahí esta aquel enigmático verso rompiendo el silencio de la mañana transversal, creando una lluvia de fuego en el cuerpo aún húmedo de Antonio.


La nota repite a la voz y la nota es la voz escuchada detrás de la puerta.


De pronto el dolor de cabeza, la cruda ceguera y el nerviosismo estallan. Antonio va directo al baño y detrás del espejo busca el frasco de antidepresivos. ¿Diazepan?, ¿Valium?, ¿Mezcalina? Dos pastillas y el tamborileo y danza de luz detrás de los parpados se irá calmando hasta solo ser un leve marcapasos en la carótida que cruza su corazón. El dolor le lleva a recostarse desnudo sobre el piso frío, los calambres hacen que los dedos de los pies se le crispen, los labios se ponen resecos y el temblor comienza a producirle espamos repentinos. Dormirá un poco antes de la conferencia ó eso se irá al diablo, pero la complutense paga muy bien como para dejarlos plantados.



Una araña negra recorre los rasguños de su espalda, una araña comienza a cavar su piel, siente algo que se rompe y transforma, siente sus manos y el papel, los aromas que emergen de él, siente que Rimbaud se mueve en su tumba, siente la inmensidad del mundo sobre su cabello goteante, cada gota es una vida, una piel trasnochada, un amor abortado por la furia del desconocimiento. Rasgalo, rasgalo…ve hasta el final de ti mismo, comelo, mastica, traga. Soy yo, soy quien has buscado en cada nínfula, sólo falta que observes mi pequeño rostro, mi cuello infantil, mis senos apenas dibujados por un cincel que nunca terminó el trabajo.


La coleccionadora imagina el rostro de Antonio y los pensamientos que como Arañas irán recorriendo su piel, arañas que como palabras trepadoras irán modelando el camino de su transformación. Ella sonríe desde el fondo del salón, ha sido la primera en llegar, ha sido quien ha comprado el libro sobre Hölderin, el pobre libro que nadie va a leer porque esta escrito desde un más allá irreconocible, ¿qué Antonio ha escrito ese libro? ¿Qué hombre diría tantos hermosos disparates y para ello necesitaría 300 hojas?


(CONTINUARÁ..).

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