sábado, 26 de septiembre de 2009

Los riscos de Alejandría...



El dolor se ha hecho pozo en medio del silencio, la sensación va de nuevo desde la boca hasta la zona en que su pubis se ha vuelto una especie de almohadilla llena de pliegues, contactos que han ido develando toda clase de placer.


El dolor le hace encender las llamas, entonces ese fuego crepitante dibuja las sombras necesarias mientras su mano hace círculos desesperados, abajo y hacia los lados, buscando algún augurio que calme la precipitación de su ahogo.


Los párpados están cerrados con fuerza pero las sombras de fuego traspasan la carne que cubre su mirada, esa que a través de la cámara capta cosas que hay dentro, en ese túnel húmedo que va desde sus córneas hasta los nervios ópticos. La fuerza del cierre se asemeja al pálpito que sus dedos intentan transmitir al vórtice que une sus piernas.


El escenario comienza a transformase y la luz que traspasa sus pupilas aparece más ambigua, como si la tonalidad sepia fuera a provocar que el espacio de su mente se transformara en una pantalla vieja, una tela oxidada donde los colores opacos comienzan a formar figuras. La imagen se vuelve cada vez más nítida y en un instante su rostro está ahí, sus labios jóvenes y radiantes, la firmeza de los músculos y la hermosa forma de la nuca que tanto le gustaba acariciar.


Los ojos verdes le miran a través de la oscuridad, le hacen sentir una calidez desconocida, de pronto toda la inocencia es volcada cuando las manos blancas y suaves le hacen girar y le recorren la espalda con una fuerza que le hace sumirse, encorvarse entre el tapiz ocre y los cojines que han traído desde Persia, entonces la suavidad y la riqueza de ese cuarto se convierten en una extensión del cuerpo que comienza a montarle. Siente el arrebato de la piel, el olor de ese bello e ingenuo chico que de pronto se ha convertido, tal como ella esperaba, en la perversión purificante, la inexperiencia no hace sino magnificar los instintos, nadie la había besado ahí de esa manera, ninguna succión ni deseo le colocó antes al borde del abismo dejándole indefensa ante el oleaje. Los besos descienden hasta el centro mismo de la maldad, la arrastran con una marea de agua dulce que de pronto parece convertirse en aceite, en olor de madera quemada, entonces sus ojos se abren y escucha por primera vez los jadeos de esa máscara donde la belleza ha sido nombrada: la lejanía del dolor es concentrada en un nuevo modo de sentir, el placer ha sido una explosión que ahora le deja vacía, él esta colmado y su sonrisa es como una soga que le hace balancearse entre los riscos afilados de un territorio desconocido.


¿De dónde ha sacado él ese dolor tan inmenso? ¿Cómo le ha llevado a ese sitio donde el placer es algo terriblemente perverso? Sin embargo él permanece tan cristalino como la verdad que defiende con la espada de un verbo sostenido a través de la inteligencia. Su arma se convierte en una daga demasiado profunda y caliente, de pronto cuando ella recobra la totalidad encuentra que él roba en cada empuje un poder, una palabra, su propio recuerdo, aquella antigua habilidad para quedarse impasible ante el rapto de otro cuerpo.


II


Abre los ojos y observa con lágrimas ardientes los riscos de Alejandría.


Han pasado 5 años desde entonces. Recuerda aquella noche en que el colapso de su mundo llegó a su cuerpo, ese que apenas estaba siendo cosido, aunque ella no estaba segura si algún fragmento se había quedado del otro lado del mundo, en los brazos de Ángel, en la memoria de Komet ó en los colmillos desafiantes de Antonio. Todos estaban ahí en su piel, adormecidos por una especie de murmullo que a ella le había llevado a dejarlos sin decir una palabra. Su desaparición era como la bruma de los amaneceres que había atestiguado en Venecia, en la isla de los candiles rojos, cerca de las aguas más turbias, más allá del paraje romántico que había logrado captar Corot, dentro de la balsa que sentía la llevaría hasta el ataúd perfecto. Ellos jamás habían bordeado siquiera esas regiones, ni imaginaron el por qué de su huida nocturna, de esa necesidad que la llevaba a dejarlos antes del amanecer, aún dando tumbos en medio de la efervescencia del licor trasnochado, lograba encaminarse de nuevo hacia ese pequeño rincón del mundo en donde ella reinaba y nadie más podía dejar ancla alguna.


La noche en que regresó a la tierra de las petrificaciones, a los cerros bordeados de espinas, a las minas donde la transgresión le había dado otro nombre y unos ojos que como halcones buscaban una víctima para volver a sentirse cazadores y no presas de aquella pasión apenas descubierta en la magnífica capacidad de Komet, en su desgarradora esencia volátil. Regresar siendo otra, aquella que Ángel había rescatado en las torres de la Catedral de Nuestra Sra. del sagrado corazón, en el centro de Roma, a dos cuadras de la Piazzoleta y el hospital de los Inválidos. Ángel y su boca llena de fórmulas mágicas, de pensamientos que giraban como números alrededor del universo descubierto. Una fuerza llena de sensaciones que difíciles de resistir, demasiado abierto a la vida, radiante y desbordado, capaz de entregarse al misterio mientras recordaba que la felicidad era un disfraz para esconderse de una culpa inconfesable. ¿Por que la había seguido aún después de ser el único testigo de su verdadera locura? Había cuidado su salvaje búsqueda la última noche del año, sabiendo que algo insostenible iba a ocurrirles. Ella recordaba la botella de tequila y fue pasando entre las manos de todos aquellos exiliados, quedándose especialmente en las suyas, porque cantaba y decía lo que a ellos hacia sonreír, otra vez era la única mujer entre esos cinco chicos llenos de expectativas sobre la vida, entonces todo giraba y parecía ser un sueño incandescente, una película extraña que alguien estaba filmando dentro de su cabeza.

Se había ido abrazada a Pablo todo el tiempo, viendo como Ángel entendía que algo había que hacer para que el amigo traicionado superara ese sentimiento de haber sido omitido. San Pablo, con las cruces y los ojos pegados en las paredes de su cuarto, con la necesidad de comprar un poco de marihuana y hacer callar los fantasmas que le asechaban por las ventanas, regocijado de poder ver el techo de la capilla Sixtina para entonces imaginar que las manos que le apretaban su garganta por la noche eran las de Miguel Ángel. Los cantos habían pasado a ser un remedo ridículo del latín, el éxodo, retorno a la puerta romana dos horas antes de que el nuevo año fuera proclamado por las campanas del Vaticano. A ninguno de ellos les interesaba la aglomeración de peregrinos que esperaban la misa oficiada por el Santo Padre desde el mismísimo altar de la basílica de San Pedro. Roma era la extrapolación de un deseo antiguo, a nadie más que a Pablo le interesaba la conversión pero esa noche todos habían desatado sus miedos gracias a la llegada del último miembro del clan, el último mexicano que había aterrizado para alcanzarles en el recorrido más definitivo de sus vidas.

El tequila había durado 10 minutos, los jóvenes rodeados frente al Coliseo habían comprado una botella de Vodka y dado que sabían había mucho que compartir, la ginebra había sido resguardada en el locker del hostal, al cual llegaron ya muy ebrios y llenos de ganas de seguir descubriendo cómo se pasaba la última noche del año en la vieja puerta Romana, entre personas de todas las nacionalidades y cuartos de 12 literas, acentos, colores, inhibiciones dejadas en países de origen, todos se mezclaban y aunque no entendieran las lenguas, entendían como éstas se entrelazaban de las más diversas formas. Ella se había colado en el cuarto donde la verdadera acción tomaba forma, los ingleses habían logrado un arsenal de licores, cada extranjero había puesto alguna bebida, así que había que probar el estilo y calor de cada país. Mientras las copas se iban pasando de mano en mano, Ángel observo que ella se había proclamado dueña de una botella de vino tinto y la chica italiana que discutía sobre que no podía llevarse nada parecía más encantada cada vez por la mirada perdida con que Eva le hacía saber no iba a convencerla de soltarla. Ángel llegó y comenzó a hacer su magia con la italiana mientras Eva salía y hacia lo suyo con los ingleses que al parecer estaban considerando ir en búsqueda de cerveza gratuita, pero para ello había que recorrer las calles hasta la Fuente de Trevi, sin embargo, llegarían ahí justo en el momento en que el año nuevo sería traducido en abrazos y apretones, por lo cual valía la pena sumarse a la celebración de cuerpos desconocidos. Eva no espero a que Ángel advirtiera su deseo de correr por las calles, logró bajar la escalera agarrándose del barandal, pero mientras cruzaba el parque no la distancia real entre la banqueta y su zancada, por lo que la caída fue algo como para fotografiarse. La botella de vino se estrelló en el pavimento y saltó en pequeños pedazos, el olor del merlot se extendió y empapó los cabellos de Eva quien sintió como su rodilla izquierda se impactaba con el suelo. Nadie escuchó porque en ese momento pasaba una procesión de artistas, alguien tocaba el saxofón, la melodía capturó su cabeza y entonces pensó que todo debía ser sólo un sueño...


Un sueño del que había despertado para mirar los riscos de Alejandría.