domingo, 3 de febrero de 2008

¿Has amado a alguien que no desearas sexualmente?




La pregunta rompió el aire como si una flecha rabiosa hubiera sido lanzada desde una mente igualmente rutilante. Mi primer pensamiento fue “me encantan los hombres con cara de pájaro…con partículas de ónix acerado en el cerebro… con piel esmaltada y boca leonina”. Luego mi cuerpo y -no mi mente- regresó al cuestionamiento, mientras él me miraba con sus cejas de águila, con la seriedad criptica de quien roza los abismos más ausentes.
El silencio se prolongó hasta que la sagacidad de ónix pasó a una sigilosa ironía verde jade, entonces sus labios volvieron a moverse pero no escuché una sola palabra, sólo vi ese rostro maduro e insondable, algo así como un espejo en donde el agua es tremendamente transparente pero por eso mismo no ves nada más que tu reflejo, lo cual produce una sensación de rebote ambivalente. De pronto un detalle me hizo detener mis ojos sobre su cuello, por increíble que parezca alcancé a percibir como sus venas latían, incluso puedo decir que pensé estar escuchando el sonido de su sangre pasando a través de ese sitio frágil y hermoso que esta debajo de las orejas.
¿Entonces no me vas a responder?
Por fin su voz acalló ese latido lánguido que yo escuchaba con los ojos. Le miré la boca para poder escucharlo y tuve que esforzarme demasiado para centrar mi mente en otro recuerdo que dejara de hacerme pensar locuras sobre él. Mis dedos empezaron a moverse sobre el filo de la mesa, mis piernas se apretaron contra lo que sentía retraerse ante la sola mención de esa arma caliente que es el sexo. Pensaba en mis amantes, en alguien que hubiera amado pero que no se hubiera destacado en la cama, entonces la respuesta fue otra inquisición ¿cómo se transformará su rostro de águila durante el orgasmo?, ¿su boca seguirá teniendo ese rictus de formalidad extrema? Mis ojos fueron de su boca a su sexo, pues él es de los hombres que se sientan lejos de la mesa, como dibujando el alejamiento que hay entre sus deseos y la razón. Sin poder evitarlo me detuve ahí, debajo del cinto y observe por segundos para calcular. ¡Dios! Vaya que me he vuelto una conspiradora contra conversaciones comunes.
¿Qué estas pensando?
Su voz aún lejana me hizo mirar ya no sus ojos sino la ventana, mis pensamientos se agolparon y huyeron como si él hubiera notado cada movimiento y supiera que yo deseaba brincar sobre él y descubrir algo más allá de su atormentada lógica. ¿Cómo seducir a una máquina tan sensible? Seguro ha pasado demasiado tiempo desde que me preguntó aquello del sexo y el amor. Pero… ¿amar a alguien que no te produzca deseo?, ¿se puede? Como si hablara conmigo misma me escuché decir: yo amé a alguien que no parecía interesado en el sexo, no era demasiado bueno, quizá por su inexperiencia. Pero no se trataba de sexo, el amor era más grande. Sin embargo tenía que satisfacer la parte puramente sexual con otros, porque con él sólo era amor.
Las imágenes fueron invadiendo mi cerebro como si se tratara de ayer: él un apasionado de la música, un hombre de ojos puros y sonrisa tímida, un alma demasiado calma como para buscar los insondables placeres del cuerpo y sin embargo, un solo beso podía hacerme sentir perdida entre un sol cálido, un otoñal viento que me llevaba hacia lagos hondos de un sentimiento irrepetible: el amor espiritual.
Los días eran tan claros como las noches, en especial porque todo estaba enmarcado por sus manos en la guitarra, por los celos que me daban cuando él prefería tocar a pesar de estar conmigo y eso que contábamos el tiempo pues había distancia por recorrer en cada visita. El amor estaba condensado en una caricia, un abrazo, una mirada que me hacía el amor, que me inundaba de certeza, me atravesaba así, en cualquier lado. Pero cuando yo buscaba su cuerpo era como si todo eso que fluía entre el aire, de su boca a la mía, se convirtiera en una tensión, en un límite, en su cuerpo falto de ruptura cuando la pasión me hacia querer más.
El recuerdo llegó de golpe: el orgasmo físico alcanzado en el baño, yo sentada sobre él con el agua golpeando nuestras caras. Uno de los mejores orgasmos físicos de mi vida porque estaba siendo alcanzado con un hombre al que ame por ser bello, por ser justo y digno. Sin embargo, faltaba la suciedad, faltaba un arrebatamiento, algo que me mostrara más que su belleza ó candidez. Necesitaba el rapto de la obnubilación, quería sentirme deseada sólo por la materia, por aquello que nos hace egoístas: la brutalidad de la carne, la urgencia por cavar, traspasar, lamer lo más profundo. Él nunca mostró esa clase de deseo. Yo no podía hacer más que el amor con él. Sé que lo ideal es que los sentimientos vayan juntos, no creo haberlo encontrado aún.
Por fin regresé al presente para verle otra vez y me di cuenta de mi discurso en voz alta y encontré una sorpresa en él, ese hombre que por fin conocía después de tantos años, lo cual produjo un estupor, una especie de red virtual, por otro lado yo quería hablar de eso, su pregunta era inherente al encuentro mismo. A él le deseaba en ese instante de un modo ambiguo, aunque en el fondo todo se trataba de una comprobación, primero la de su existencia y después la de su genio. No era fortuito que se tratara precisamente de un hombre con quien podía discutir de cualquier cosa, sentirme alabada para después encontrar que opinábamos completamente distinto y terminar cada quien defendiendo posturas extremas, pero él sabía bien algo que muchos tardan en comprender, sabía leer mi escritura, conocía bastante mi parte inaccesible para muchos y no porque no la ofreciera como si se tratara de un agregado a la ropa, a los accesorios, sino porque hasta ahora sólo él me había conocido como escritora, como alias, como espejo.
Y en él encontraba esa voz y ese gusto por la literatura y los temas del mundo, él -tripulante de una nave crítica donde todo objeto interesante era degustado-; lo que más admiro de él es cuando su mente de navaja pasa por todo ser, por cualquier cosa que le brinde batalla. Su gusto por destruir y rebajar hasta el hueso me hacia ver que quizá él era el indicado para descubrir hasta lo que oculto de mi misma. Si existiera hombre en la tierra interesado en leerme y quizá con la capacidad de entender un poco sería él. Por eso necesito calarlo, necesito romper esta imagen llena de palabras y hacerlo corpóreo.
Los fantasmas digitales que hemos sido se van ahora cristalizando en cuerpos que se hablan sin mirarse todavía. Tengo la sensación de que puedo ver sus órganos, la nuez de su garganta moviéndose cuando traga saliva, la luz colapsada en su iris cuando algo le hace sentir deseo. Veo incluso su cabello erizado, el misticismo de su cuerpo delgado, su rigidez, su piel tensa y sedosa como cuerdas de violín a punto de ser tocadas. Me gusta lo que veo, me gusta poder ver el cuerpo a través de la transparencia.
Me he imaginado lo que él me ha dicho: que a pesar de la enorme inteligencia, de su pasión por el intelecto y el ajedrez, es un hombre ahora maduro al que le incomoda su soledad. Es alguien que por lo que cuenta parece ser muy apasionado, alguien que para ser libre en el sexo y en el amor esta en búsqueda de un igual. Yo en cambio sólo sé que me gusta ser descubierta como escritora, me gusta lo que él responde a mis palabras, incluso es desafiante porque a veces simplemente no contesta, la frialdad atraviesa los cables y sé que no esta de humor, que anda con su nube encima de la maquinaria que hay en su cabeza. Me lo imagino como una máquina afinada, terriblemente sensible. Lo mejor de dos mundos: la frialdad lógica que le hace filtrar todo lo que ve y quitarle los disfraces; el corazón galopante de poesía, conocimiento místico y furor.
Me ha hecho pensar en varias ocasiones que si él descubriera algo que cambiara la manera de ver el mundo y si aún hubiera grandes inquisidores, le perseguirían como a Giordano Bruno. Su imagen virtual, su escritura de esgrima me hacen sentir que su cuerpo esta lleno del furor heroico y que su pensamiento hace una cena de cenizas cada noche. Sólo quiero enfrentarlo, conducirme ante él con el riesgo de que al conocernos todo lo imaginado caiga cual torre de babel. Sé que yo estoy en el mismo puente colgante, sé que él teme que no sea esa que anhela ver, tocar, sentir. ¿Buscará una herida para probarme?
Él, hombre que he imaginado desde este presente me mira a un tiempo: observa más allá de mis ojos, creo que absorbe mis palabras, todo lo dicho y su silencio. Se levanta toma mi mano y el impulso eléctrico llega hasta ese punto donde parece que todo colapsa, sé que sabe exactamente el valor de mis pensamientos, aún no sé si le gusto materialmente. Salimos del café, me suelta y caminamos lento, nadie dice nada, quizá en todo este tiempo nuestros fantasmas han dicho demasiado. El poeta va en busca de su destino, me mira otra vez cuando nos detenemos a cruzar la esquina y por alguna razón sus ojos dicen “Nietzsche”. Caminamos más hasta el límite de la ciudad, le observo de perfil, esta oscureciendo, su sombra dice: “Sartre”. El pensamiento extraño y aglutinante se cierne sobre nosotros: “Hamlet y el suicidio”.
Me dice al oído: “¿Te imaginas?, dos extraños deciden suicidarse juntos”. Y de pronto esta clara la unión, se perpetúa en un beso de labios fríos que van convirtiéndose en lava, la noche enciende su farol y siento esa muerte trepidante que va de sus neuronas a las mías, escalofríos y brisa mordaz alrededor de los cuerpos que comienzan a tocarse. Descansamos sobre el árbol de la vida, en sus raíces, ¡la pequeña muerte por fin tiene sentido!, hemos conjuntado la soberbia trilogía: escritura, sexo y muerte.
Olvidamos por fin la cuestión del amor, aceptamos que hay seres que no somos dignos de ello aunque en secreto lo anhelamos. Su cuerpo desnudo parece demasiado pálido, es delgado pero hay algo que lo hace sentirse como si pesara más, como si fuera una roca bajo la cual comienzo a expandirme.
¿Por qué me hablaste de ese amor, de ese hombre puro?
No lo sé, me hiciste pensar en ello, recordarlo.
Su mano aprieta mi sexo, sus dedos se enredan y todo eso mientras me mira en la noche con sus ojos ahora acerados, todo su cuerpo es ahora navaja que rasga y penetra. Me muerde y siento el sabor de la sangre, no puedo moverme, siento que esta controlando cada espasmo, que sabe dirigirme, se detiene. Veo algo que parece humedad, algo que sale de su rostro y cae sobre el mío, la sal y la sangre se mezclan.
¿Quieres morir conmigo?
La frase me lleva hasta el final, no me muevo, tengo el presentimiento de que si lo hago me perderé de esa emoción aterradora que va subiendo desde mi vientre hasta mi pensamiento, él me hace concentrarme en su cuerpo, en su mente, me engulle como si ese yo que tanto aprecio se desdibujara ante el poder de su razón y sensualidad. La muerte me llega como una oleada, todo se tensa, aspiro el olor de su cabello y otra vez la sangre que va brotando con más fuerza, me inunda y mientras mis manos se aferran a la tierra voy cayendo, dejo de sentirlo, mis ojos cerrados escuchan como él grita y sigue hacia dentro, me arrastra, intento detenerme pero la fuerza de su ser es mucho más voluptuosa, desconozco el pasado, ahora sé que el ayer era sólo un simulacro. Sigo flotando junto a él, la noche se estrella, los planetas nos observan con júbilo. Sus preguntas siguen penetrándome, sigo aniquilándome en su recuerdo, quiero desfallecer con él hasta el final.