domingo, 28 de diciembre de 2008

La génesis de la coleccionadora: primer capítulo... "La soberbia del lenguaje divino" (cualquier semejanza con otra historia antigua es coincidencia).



Primer Desvelamiento:

¿Por qué entre Salamandras y Silfos?... por qué la mención de dos palabras que significan tanto... Dos seres que van danzando, unas en el fuego, contando secretos de magia eterna, pues en el crepitar se escucha la inmortalidad del espíritu que nos conduce hasta el dolor y el éxtasis más profundo, en cambio las segundas danzan alrededor de la luna llena, presagiando visiones y nueva vida, la que es frágil como sus propias alas... la que se incendia con un halo de amor aunque luego su sentido se vea tan resbaloso como la piel de las salamandras y sus oscuridades reptantes...un­as en el aire, otras en el fuego, el aire de lo mental, el fuego del vientre... todo llega al mismo centro in consumible. Adán y Eva en el paraíso, luego su caída... luego este camino sin finalidad...só­lo recorrerlo... por saber qué hay en el otro lado, aunque el otro lado es un otro incognoscible.­







Pecado I: Soberbia...
Virtud de poderío: Fuerza autónoma del ser.

¿Cu­ál de todos los significados e­s el adecuado para tal palabra? si miro la imagen de Adán, la imagen de un lingam henchido de sangre en primer plano...quizá pudiera decir "soberbio"... aunque la perspectiva pudiera ser equivocada.

Claro que soy soberbia, en más de un sentido. La inteligencia siempre es motor de la vanidad, así como la belleza física. Yo busco ambas cosas, ambas me seducen hasta la muerte, por ellas he ido a lugares de los cuales he salido herida, pues las espadas flamígeras siempre tienen doble filo… doble intención, doble máscara.


Las salamandras recorriendo un cuerpo, con su helado magma incendiario, con su piel que se desliza y adhiere a rincones punzantes. Las salamandras recorren mi piel por la madrugada hasta hacerme entender a los silfos que vienen del norte, como gotas lunares de espermas olvidados, esos que han ido creando huellas para que no perdamos el rumbo.

El mástil de un hombre sobresale en un oscuro mar de tentaciones, el mástil de Adán erecto sobre la tierra, Eva le recibe y nueve terremotos retumban en las ciudades destruidas, Babel nace entre las hondonadas del desierto, Adán pierde su mástil, Eva le consume hasta que éste cae rendido ante el oleaje del mar.



Ella le ofrece la manzana cuando él descansa, perdido en la ingravidez de su orgasmo, él come la manzana como si se tratara de un sexo rosado... le acaricia con los dedos, suavemente, Eva sonríe y el placer se le asoma por los ojos, Adán muerde la manzana, el néctar se escurre de sus labios adormecidos, mastica con suavidad la pulpa, la sangre, la piel... hasta perder el sentido. Eva se levanta soberbia, va hasta las puertas del paraíso, buscando a Dios, sabe que él tarde o temprano también habrá de morder su manzana, esa que lleva entre las piernas.
Soberbio... nacer pecadores y morir creando.






"La serpiente era su cuerpo, pues sólo la ondulación de su deseo podía causar ese terremoto en las cavidades, al mismo tiempo que en las cimas las nubes se precipitaban para humedecer el contacto de las pieles desnudas que ella iba saboreando con su lengua"...




Valor primigenio: La honestidad
Pecado II: Concupiscencia…


La honestidad es otro de mis pecados favoritos, SI, la honestidad parece ser eso hoy en día, pues los honestos pecan de ingenuidad en un mundo donde todos queremos "poder"... Adán conoce el inmenso poder de las palabras pero sólo Eva sabe invocarlas para venir a nombrar lo indecible, del mismo modo que los labios de Dios se abrían para pretender formarla en segundo plano, ella aprendía desde la costilla de Adán el arte de la encarnación verbal, es así que su nombre corresponde sólo a su propio deseo transfigurado, su poder vital para conducir la mano y la boca de Dios hasta el tórax de Adán y así crearse de una voluntad que sólo reaccionaba a su voz interna... la divinidad creaba su doble opuesto, la hija descarriada que sería noche, luna, misterio, libertad.


Dios conjuró a Eva desde el libre albedrío de la seducción que ejerce crear un ser más poderoso que el Originario, fue así que la voluntad del universo haría nacer al oponente más definitivo del Lingam primigenio: la cueva donde debía ser colocado para poder reproducir la semejanza y la diferencia, la irrupción de una selección afirmativa que hacia más profunda esa cavidad imposible, ese útero lunar donde el sol debía descargar sus rayos para seguir produciendo inteligencias encarnadas, seres que nacían de un centro imaginario, pues en realidad hemos sido engendrados en túneles demasiado intrincados como para poder imaginar siquiera el lugar de la presencia vital.


El deseo de Eva era una pasión templada por el silencio...condición necesaria para que el eco de la voz Divina se repitiera 9 veces en su vientre, 9 movimientos inauditos en que la sangre de la criatura vendría a formar un rizoma definido, una cadena de genes, eslabón de recuerdos y enseñanzas veladas, Eva siente como la vida será transmutada dentro de ella, Dios sólo es un instrumento para iniciar el fuego del mundo. La mujer preñada lanza los dados y el azar forma los árboles del conocimiento, de los que ella comerá cuantas veces sea necesario, lo cual es un acuerdo con Dios, sin embargo el hijo único, aquel que obedece ciegamente la voluntad soberbia del creador cósmico, tiene prohibido abrir los ojos, pues sería peligroso que un animal racional de pronto se volviese sensible. Adán debe permanecer en la contemplación fría y lógica del universo, debe simplemente saber y no preguntarse nada, su mente esta configurada para creer en la verdad de Dios y en la perfección de ese mundo creado por la palabra invocada, no debe por ningún motivo tener la capacidad de elección y eso llega con la facultad de reflexionar el significado del lenguaje divino, lo cual sólo Eva ha comprendido. Es así que ella realmente logra evocar a la serpiente y crear la sombra, logra introducir a Dios en el juego de la tentación eterna: Eva observa los ojos de Adán que no hacen más que extasiarse en la mirada ciega de su alma inocente; ella comienza a tocarlo, a mostrarle las increíbles sensaciones y entonces su voz serpentina crea la pregunta fundamental: ¿deseas comer esta manzana?, ¿deseas conocer el árbol que te han prohibido?, ¿quieres ser tan magnífico como Dios para no ser tan sólo quien da nombre a los animales, sino quien puede crear y formar sentidos? Necesito un hombre de barro para asegurarme esta deleitable imperfección mundana, quiero la pasión terrenal del hijo de Dios, quien podrá romper reglas porque en él he sembrado el deseo de excitación ante la búsqueda…



Adán cierra los ojos y ve la redondez de la manzana en su mente, siente cómo la piel crujirá mientras sus dientes penetran la carne, saborea el néctar que bajará por su cuello, la representación de la idea es más poderosa que el amor, la idea del deseo que nace en la imaginación de Adán lo hace mover las manos y colocar su boca entre las piernas de Eva. La traición ha sido tan placentera y breve que Adán no entiende la inconmensurable ira de su Padre, quien lleno de humillación y dolor desconocidos los ahuyenta, les exige que abandonen el jardín de las bellas equivocaciones y llama “ciencia” a ese poder desconocido que ha creado Eva.
La seducción intelectual del mundo a comenzado, ella sonríe y dice a Dios que no debe olvidar sus promesas, él es padre de ambos a pesar de todo, debe entonces sacrificar su orgullo y permitir que la historia que ella ha comenzado desemboque en el océano infinito de las dudas, a cambio él tendrá la adoración y el anhelo de existir en un mundo más perfecto y unitario, ese al que Adán siempre extraña y quiere retornar, es por ello que el hombre vivirá en eterna angustia por haber perdido su paraíso de contemplación en calma infinita. La mujer que abrió sus ojos también dice: la honestidad siempre conlleva dos resultados: la más frágil alegría y el dolor más intenso...
La honestidad en este mar humano es ejemplar, es la fuente de toda honestidad, descubrirnos enmascarándonos, saber lo que nadie sabe y no saber nada de quienes somos en el mundo fáctico, pero tu en este mismo instante estas conociendo más del universo, pues estas bebiendo con los ojos las palabras marinas, las esencias mismas de la invocación con que nombramos la historia múltiple y nunca finalizada de cada ser.



La honestidad de un sueño: desear lo inalcanzable, desear la distancia, lo imposible. Desear seguir el juego hasta que fuera imposible detenerse. La pasión es más honesta que el amor, sabe hacia donde va, cuando crearnos y en qué momento comenzar a destruirnos... la pasión efímera es la honestidad que explota en la despreocupació­n de dos cuerpos que sólo buscan cederse cada quien a su placer, egoísta, ensimismado, narcisista. La honestidad de un complemento libre es el deseo más oscuro y sobrecogedor, Eva sabe que su Adán llamará a ese hijo hermoso y lleno de voluntad radical: Lucifer, el cual luego vendrá a figurarse “diablo del bosque” pues coloca en el mundo la palabra más inaudita y recelosa que Adán sólo podría haber temido en sus peores sueños: incesto.


Lucifer logra amar a Eva no como madre ni como esposa, sino como mujer, como ese centro inaudito que le ha creado en su perfecta desarmonía, en esa lucha ardiente que siente dentro de su vientre, en la mediación de la inteligencia más aguda y la voluptuosidad de la sangre que fluye de su siempre dispuesto Lingam. Él será el amante de Eva, el amante que beberá el Grial de donde él mismo ha sido engendrado, el Zeus que volverá a inseminar a Gea para que la Tierra sea poblada por la raza más infame y soberbia: los hijos de Caín. El verdadero hijo engendrado por Dios será llamado varios siglos después: anticristo.


Adán observa entonces a su único hijo, quien nació un año después de Lucifer, quien seguramente porta su desconocimiento del bien y del mal, entonces comprende que Lucifer tuvo que haberse concebido antes de que él mismo mordiera la manzana de Eva. Un sentimiento extraño comienza a inundarle la garganta, el sabor es amargo pero produce una calidez ambivalente en su alma arrepentida. Abraza a su niño enfermizo y culpable, a quien da el nombre de “Abel”, pues es como una sombra pálida de su propia ignorancia. El niño siente un remordimiento terrible pues no se atreve a expresar el deseo sensible por su madre, pues el temor a sentir el desprecio de su padre mortal es mucho más represivo que la misma envidia y celos que la relación entre su madre y medio hermano le provoca.


Entonces lejos del terrible Lucifer y su endemoniada esposa, al pie de la montaña que divide el paraíso de la Tierra humana; Adán comienza la educación de Abel, le enseña el nombre de Dios, lo hace repetirlo 9 veces cada día y le promete que de alguna manera volverán al paraíso, porque ellos serán salvados siempre que consigan agradar los ojos de Dios, quien sin duda tendrá que maldecir la otra especie, esa que han creado los deseos innombrables de Eva y Lucifer. ¿Con qué mujer reproducirán la estirpe temerosa de Dios?, ¿en qué cueva imposible harán nacer más almas aturdidas por el dolor de la caída primera?, Adán y Abel lloran ante las rejas cerradas del jardín equivocado, Dios escucha complacido ese canto abyecto, esa necesidad de sacrificio voluntario que ellos proponen otorgarle eternamente. Dios les crea a la segunda mujer: María… quien concebirá sin pecado original, pues ella no nace de la carne de Adán sino del espíritu voluntarioso de un Dios que ha comenzado a comprender lo soberbio que puede ser el amor que uno siente por sus criaturas.


Eva presiente que otra hija lunar ha sido evocada, algo extraño ha sucedido ahora con el antiguo lenguaje de Dios, pues se ha convencido de que la pureza y el sacrificio eterno son las dos virtudes más necesarias para poder “olvidar” ese terrible pecado cometido por su primogénito. María enseñará a los hombres lo malvada y sucia que ha sido Eva, quien de ahora en adelante será conocida como “Lilith”, la mujer demonio que devora el placer de los hombres, no importando si ellos son sus hijos, sus hermanos… su padre. Será Abel y el primer hijo de María quien inventen un nuevo nombre para la incandescente belleza de Lucifer, quien además de poseer el mayor atractivo imaginado en la mente de Dios, es el portador de un lenguaje mejorado, aquel donde la representación pensada por Eva toma el carácter de símbolo. Para la estirpe maldita, el nombre de su padre es una mancha poderosa: Caín y la inversión de una historia demasiado conocida: el asesinato de un hermano “débil”, obediente y temeroso de Dios. María, Adán y el hijo encarnado de un espíritu santo llamaran a Caín el ángel caído, el hermoso tentador que como imagen opuesta de Dios será conocido desde entonces como “Diablo”. Que cerca estaban ambos de la apariencia errante, sin embargo Dios convoca la “verdad” como si esta fuera su propia emancipación del origen. Lucifer abraza el modelo de su madre y amante, quien no soporta esa moralidad absurda de corromper el lenguaje llamando de un modo distinto a lo que simplemente ha sido… la mentira se volverá un engaño, cuando en realidad siempre contuvo la esencia de lo que podríamos haber observado de haber estado “presentes” en ese génesis veleidoso, no pasarían demasiado siglos para que los rumores fueran de labio en labio, no pasarían demasiadas centurias hasta que el hijo de Dios bajara a la Tierra para enfrentar la escritura de los nombres a una nueva alianza.

Más esa parte del origen falso se encuentra en otro testamento, en el que la palabra “nuevo” sólo indica una negación más contundente de nuestra antigua madre y amada… una confrontación con Lucifer en el desierto y un llamado a los hombres para que sean ellos mismos de ahora en adelante los portadores del signo enfermo, ese que Adán, Abel y el nuevo hijo de Dios, vendrán a crear en un momento de suprema coronación: en lugar de que la madera siga usándose para calentar a los hombres, ahora será usada para formar cruces, signos de alabanza entre la materia y el espíritu de Dios, las cuales también serán los instrumentos de un sacrificio mucho más tenaz y definitivo: la muerte del primer hijo de María como promesa de salvación a los hombres, pero no sólo a los que nacieron de Abel sino ante todo de los que han vivido bajo el signo de Caín, pues son ellos las grandes fuerzas activas de las cuales debe apropiarse Dios y Adán para asegurar su primacía en el “cielo”.