sábado, 12 de enero de 2008

CHOQUES ELECTRICOS IMAGINARIOS




El hombre es un ser sexual por naturaleza.

¿Qué otra situación sino su placer es un territorio sin limite?...


Enrique había despertado a la 1:00am con la siguiente frase en medio de las cejas: “busca el símbolo, tu lugar favorito sobre la tierra…”. No lo había pensando mucho, si algo sabía era que prefería sobre cualquier otra cosa el coño siempre húmedo de A.
Era el sitio perfecto porque ahí no se daba cuenta de nada, él sólo quería estar dentro de ella, esconderse en su útero húmedo, porque al adentrarse él no sabía nada del exterior, no importaba más nada que el movimiento dentro de ella, sus contracciones y su olor. La conexión sexual que él siente con ella es suprema, es algo inusual para él, las otras mujeres en comparación con A. parecen fingir siempre sus orgasmos. Enrique no puede gozar más que a través de los gestos y las intenciones de las mujeres, es algo que esta asociado con su niñez, con la hermosa cara de su madre. No es que A. sea parecida, sólo es que su orgasmo no necesita de gritos ni de temblores, su orgasmo es algo etéreo que se lee en el rictus de sus labios –haciendo palabras- y en lo desorbitado de sus ojos cuando comienza a gemir tan leve en su oído.
A. Le dijo a Enrique: “con nadie he tenido esta clase de placer, con nadie. Yo pensaba que era frígida, lo pensaba hasta que conocí a J. pero ahora vienes tu y me haces ver que eso era nada, nada. Yo le decía a J. que él estaba hecho para hacer el amor y era cierto, él sabe hacer el amor y hacerte creer que te ama. Pero TU, tú tienes algo en tu sexo, en tus nalgas, no sé, nadie había movido la cadera como tu lo haces, nadie besa así, eres sexo puro, no sé por qué me gustas tanto y por qué le produces tanto placer a mi cuerpo y entre todo ello nunca he pensado en enamorarme de ti, sé que no es necesario, estaría de más.
Cierto, Ana era el mejor lugar del mundo porque no necesitaba amarlo, porque nunca iba a ser ella quien a las tres de la mañana llegara JADEANTE, con una urgencia repentina, Ana no tenia espacio para eso en su vida, no ahora, quizá nunca. Lo cierto es que pronto sabría de nuevo lo que Enrique podía hacer, pero sólo con ella. Eso era un problema relativo, es bueno que el lugar favorito de alguien no este en cualquier lado, dentro de cualquier persona. Ana era el sitio donde Enrique podía esperar horas hasta que el sitio mismo comenzara a hervir, entonces sentía la sangre europea-india, sentía los labios delgados convertirse en una succión grave y prolongada. Ana de pronto salía de si misma y se convertía en otra mujer, entonces él se olvidaba de la ausencia, de que ella no lo buscaba –porque así estaba bien- y su eyaculación se propagaba dentro y fuera, larga, imparable, más larga e intensa que con cualquier otra mujer. Si ella no le pedía que se detuviera, que terminara afuera o que dejara se calmase un poco, Enrique permanecía dentro, gustaba de quedarse ahí con la cabeza clavada entre el cuello y el hombro de Ana sintiendo ese olor indescriptible que ella tenía en su cabello.
-¿A qué huelo? Pareces un perro olfateándome, parece que quieres comerte el olor. Eso me da risa, siempre me jalas el cabello, lo muerdes. Seguro es el olor de mis pensamientos lo que tienes en tu boca. ¿A qué otra cosa sino a pensamientos puede oler la cabeza de uno? Tú no has de pensar, nunca hueles a nada.
Enrique comenzaba a reír, comenzaba a tener esa risa de ataque contagioso mientras Ana le miraba con sus ojos acuosos y le besaba jalándole la lengua. Entonces sentía que empezaba a crecer al instante, sentía un cosquilleo en el glande que iba recorriendo su miembro hasta de pronto sentir que otra vez toda la fuerza de su deseo estaba ahí y mientras menos se moviera llegaría un punto en que ya no sentiría sólo su erección sino la excitación rebosante de ella, dentro de ella, en sus paredes, en esa cavidad que él nunca vería con sus ojos pero que sabía imaginar cm a cm. Se quedaba quieto besándola, ella era quien comenzaba el ir y venir en círculos, su ondular lento producía a Enrique una sensación de estar clavado en el centro del mundo. Sus manos acariciaban el trasero como si lo amasaran y ella se reía porque él comenzaba a no poder impedir los sobresaltos de su propio cuerpo, hasta que no era él sino el deseo puro quien copiaba el ritmo exacto de Ana y entonces en cuestión de minutos ella le pedía que acelerara, que le hiciera sentir la noche o el día, lo que fuera, sus palabras se convertían en una orden: “’¡cógeme así, vamos cógeme si, así, así!…” La frase “me encanta como me coges” le producía choques eléctricos en sus testículos, justo cuando ella lo decía él se imaginaba su lengua, sus manos, esos gestos que ella hacía cuando él comenzaba a convulsionarse y ella apretaba sus manos contra su cadera y lo hacía incrementar el ritmo hasta que parecía taladrar y Ana terminaba por extender las piernas, rasguñar su espalda, empujarlo hacia afuera y dentro para luego besarlo mientras él apretaba los ojos y ella pronunciaba el último jadeo, el último “así…”.
Ahora su mano era Ana, su mano era la vagina de Ana ejerciendo presión, los choques eléctricos eran imaginarios.

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